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Adolecencia la facinacion por el peligro

Correr a toda velocidad en un automóvil, lanzarse en benji, experimentar con drogas y 
alcohol, son todos comportamientos de alto riesgo frecuentes entre los adolescentes.

Muchas de estas conductas, al ser llevadas al extremo tienen desenlaces lamentables, lo que para nada disminuye el que muchos jóvenes se sientan intensamente atraídos por este tipo 
de experiencias.

Aunque producen angustia y preocupación en los adultos circundantes, de poco valen las advertencias o las charlas pedagógicas sobre los riesgos implícitos en tales actividades.

Creo que la comprensión de la dinámica subyacente, esto es decir las fuerzas psicológicas que producen este tipo de comportamiento puede ser útil tanto para padres, educadores como para los jóvenes en sí. 

Si enmarcamos la adolescencia como un proceso de constante transformación psíquica y física, podemos encuadrar al joven como alguien cuyos límites, tanto psicológicos como corporales, se encuentran en permanente cambio. 

Esta movilidad de las coordenadas de la identidad personal producen sentimientos diversos, como angustia y también la pregunta acerca de los alcances del potencial del cuerpo 
y la mente. 

Someterse a una experiencia vertiginosa y salir airoso refuerza los sentimientos de omnipotencia y disipa, o al menos amortigua, las dudas que se tienen sobre las 
capacidades personales.

En el manejo a alta velocidad, como en la ingesta de drogas se realiza una "tour de force", una puesta a prueba de las posibilidades de confrontar una realidad que muchas veces se percibe como inquietante.

Otro elemento a considerar es el de la aceptación por parte del grupo de referencia. Más en los varones que en las hembras, la inclusión social, la participación y el sentimiento de identidad requieren de pruebas que pongan de manifiesto la fuerza, agilidad o arrojo de 
cada cual. 

Así, existen ritos de iniciación entre adolescentes que implican la realización de algún tipo de hazaña, en la cual los elementos de desafío a las normas establecidas y la trasgresión de las mismas son aspectos importantes.

Para alguien que se está preguntando por su lugar en el mundo, que esta redefiniendo constantemente su identidad, su sexualidad y sus metas, tener una experiencia de "borde", de puesta a prueba de los límites puede ser una manera de encontrar, por vía de la acción, una respuesta a sus inquietudes interiores.

Por ello, no es casualidad que en los llamados deportes extremos, sus practicantes sean en su mayoría adolescentes y que constantemente se refinen estas disciplinas en el sentido del aumento de la dificultad y el riesgo implícitos.

Es necesario entender que las conductas de alto peligro, si bien pueden llevar a la autodestrucción, también tienen un componente altamente estimulante, que tiene como efecto la sensación de poder creer, momentáneamente, que se está fuera de las leyes sociales y de la naturaleza.

Estas actividades son herederas históricas de los ritos de iniciación de muchas culturas, en las que había que demostrar la capacidad de enfrentar las amenazas y vencerlas, para poder ser incluido dentro de la comunidad. De esta forma, muchas culturas imponían a los púberes algún tipo de prueba de valor como cazar una fiera o soportar estoicamente el dolor físico. 

Aunque la sociedad occidental en sus transformaciones se ha alejado de este tipo de rituales directos, los seres humanos siguen estando ávidos de saber hasta donde pueden llegar.

Dicho de otra manera, todas las personas experimentan en algún momento la necesidad de enfrentarse a la muerte y vencerla. Mientras que en el adolescente el fenómeno se manifiesta en su forma directa, en los adultos persiste en la admiración por los atletas que rompen récords o hacia héroes militares, por ejemplo.

Sin embargo, en algunos jóvenes el exponerse una y otra vez al peligro, podría considerarse una manera de llamar sobre sí la atención, cuando otras vías de comunicación se encuentran obturadas. En términos generales, con el paso hacia la adultez se instala en casi todos cierto sentido de la prudencia y la moderación.

Esto quiere decir que se adquiere una visión más realista de las propias limitaciones y que se ha accedido a formas más adecuadas de expresión de la individualidad. Por ello, el que alguien persista en este tipo de comportamiento más allá de esta etapa, puede estar delatando la existencia de un padecimiento emocional que no encuentra una salida por la vía de la simbolización. 

En algunas personas que han sufrido déficits afectivos importantes, lo que afecta el concepto que tienen de sí mismos, el inflingirse dolor o exponerse a situaciones riesgosas constituye una manera de reasegurarse que se está vivo. Dentro de una sociedad que muchas veces cree que el tener puede suplantar al ser, la insistente búsqueda de experiencias que nos pongan al borde del precipicio puede ser una forma indirecta de pedir auxilio.
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