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NIÑOS ANTISOCIALES

Niños en situación irregular, transgresores, gamines, huelepega, meninhos da rua, niños de la Patria, estos pequeños seres gozan de una cantidad de nombres para nominarlos y de muy poca comprensión y ayuda. Los manuales de diagnóstico psiquiátrico describen esta situación vital haciendo las siguientes consideraciones genéricas:
1) Son niños que presentan comportamientos transgresivos de manera más o menos constante, violando la mayoría de las normas socialmente aceptadas.
2) Se comportan de manera ofensiva, oposicionista y desafiante.
3) Muestran escasa consideración hacia los demás, pudiendo llegar a situaciones de extrema crueldad y desconsideración, hacia terceros e incluso animales.
4) Tienden a fracasar en el rendimiento escolar, generalmente desertan de la educación formal y se agrupan en pandillas o bandas.
5) Son objeto o protagonistas de situaciones de abuso físico y sexual frecuentemente desde momentos muy tempranos de su existencia.
Luego de esta descripción, creo que ningún lector sabe mucho más de estos niños que lo que sabía previamente por efecto del sentido común o de la experiencia cotidiana. La existencia de estos infantes, en estado de gran indefensión reclama algo más que descripciones generalizadoras.
¿Qué hace que determinados niños tengan un desarrollo social más o menos feliz y que otros se aparten del tejido colectivo, manifestándose sólo en la violencia, el hurto o la violación?
Si se piensa en lo dicho anteriormente, que son niños generalmente objetos de abuso por parte de sus padres o adultos cuidadores, tenemos una primera pista para aclarar esta pregunta.
Un niño cuyas primeras experiencias están caracterizadas por el odio, la frustración y la agresión de manera constante, carece de la manera de inscribir dentro de su mente la posibilidad de que existan experiencias buenas, de satisfacción y amor.

Así, si su mundo interno se estructura en base a relaciones entre depredadores y víctimas, es lógico pensar que llegará a la conclusión de que es mucho mejor ser depredador y no depredado. Igualmente, dentro de esta visión distorsionada, en la que los vínculos con otros se expresan por medio de la rabia y la agresividad, predominantemente, es fácil llegar a creer que el amor se expresa mediante ataques violentos a los demás.
Cuando estos niños se encuentran en la calle, en un estado de gran precariedad, con poco alimento, permanentemente frustrados, perseguidos, esta situación se asemeja a las situaciones tempranas, de desvalimiento.

En consecuencia, estos niños se encuentran sometidos a la acción constante de un drama traumático y frustrante, sin que ocurra nada que alivie la ansiedad y les pueda permitir pensar que este mundo es un lugar hospitalario. Dentro de este contexto, nada cuesta entender que asociados a su estado aparezcan comportamientos de abuso de sustancias, drogas, pega, alcohol. Al igual que se agrupen en bandas o pandillas que intimiden y agredan a los demás.

Estas son formas de satisfacción sustitutiva, maneras artificiales que les permiten parcialmente lidiar con sentimientos de abandono, rabia y depresión.
Con esta configuración psíquica, los que llegan a la edad adulta, que no son todos, porque las reiteradas situaciones de riesgo derivan en la muerte temprana de muchos, lo más probable es que reiteren en sus descendientes los dramas vividos con anterioridad.
Es que hay que pensar en la sensación de injuria permanente que sienten, cuando están incapacitados, por lo anteriormente descrito, como por el déficit que tienen en sus recursos para integrarse a la trama colectiva, de la cual deriva el odio, esa representación afectiva de la rabia, como pauta de comportamiento predominante.
Las pregunta obligatorias que emergen son: ¿puede hacerse algo para revertir tan desolador panorama? ¿Es factible integrar a estos niños dentro del marco social, convertirlos en miembros productivos y adaptados? Las ciencias de la conducta se debaten entre el pesimismo y el optimismo. No es tarea fácil construir una senda de regreso hacia una colectividad de la cual estos niños no se sienten parte.

La mayor parte de ellos sostiene no sentirse personas, el concepto de sí mismos está disminuido y distorsionado, predominan los afectos depresivos, bajo el aspecto de una constante rabia.
De esta forma, el tratamiento de estos niños no puede quedar circunscrito solamente a consideraciones políticas o jurídicas. Requiere de instituciones que ayuden a reconstruir un tipo de contrato distinto al hecho por los adultos con estos niños en los momentos tempranos de su existencia. Convertir a los animalitos asustados y golpeados que son estos infantes, cuando son introducidos en las instituciones, en seres hablantes, que se vinculen con los demás mediante la palabra es tarea difícil y altamente frustrante.

Ayudarlos a expresar su singularidad mediante el recurso simbólico del lenguaje y no de la acción destructiva se dice más fácilmente de lo que se hace. Implica la apertura de un espacio distinto, que los acepte (esto para nada quiere decir naturalizar la agresión y el asesinato) y les dé un sentimiento de pertenencia. Porque dentro de una cultura que pregona el tener sobre el ser, quien no tiene acaba sintiendo que hubiera sido mejor no haber nacido.
Por esto la expresión "Niños de la Patria" es desafortunada. Si estos son los hijos, la madre Patria es una progenitora severamente perturbada y cruel. Carece de deseo y de consideración. Es, en el mejor de los casos, una frase que delata un profundo malestar.
Si se mira con atención, podrá verse en los ojos de cada uno de estos niños, detrás de la rabia, un cuestionamiento doloroso, una llaga ardiente que es asunto de todos.

Adrián Liberman es Licenciado en Psicología (UCAB,1991). Post-grado en Psicología Clínica (Hospital Militar,1996). Actualmente es Psicoanalista en formación (Sociedad Psicoanalítica de Caracas) y Psicoterapeuta en ejercicio privado.
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